17.3.08
NO NOS VAN A ENTERRAR
Por primera vez desde hace años he asistido a una campaña electoral como espectador, sin formar parte ni de candidaturas ni de órganos del partido, lo que me ha permitido contemplar el espectáculo mediático–y nunca mejor dicho- en toda su extensión. Algunas cuestiones han sido comentadas, pero no me resisto a repetirlas aunque sea con brevedad. Nuestras elecciones se americanizan. El bipartidismo se promociona con insistencia desde algunos medios audiovisuales, con un enfoque más propio de los eventos deportivos que de las citas electorales y los argumentos evolucionan del bolsillo al corazón: el PP empezó con economía y acabó recurriendo a dos conceptos sentimentales básicos (patria y familia) que, a mi juicio, serán su argumento base de los próximos años y el PSOE, que arrancó presumiendo de medidas legislativas, acabó echando mano como siempre del elixir anti-PP (votar para que no ganen los otros). El resultado se ha presentado como una gran victoria del PSOE/Zapatero y un fracaso del PP/Rajoy, pero a medida que pasan los días, la realidad parece distinta: ni el PSOE ha conseguido una gran victoria (hay cierto sabor amargo en su triunfo), ni el PP ha sufrido una gran derrota (que la ha sufrido, pero dulce). Ambos han conseguido en parte sus objetivos, pero en los procedimientos hay una novedad. Hasta ahora, era habitual que los dos grandes partidos ganaran o perdieran como consecuencia del llamado voto de centro o voto fluctuante: votantes de escasa carga ideológica decantaban con su voto las elecciones por uno u otro partido dependiendo de su grado de satisfacción con el gobierno. En esta ocasión parece que no es así: los dos partidos suben, pero sube más el PP (6 escaños, 2,40% y más de 433.000 votos) que el PSOE (5 escaños, 1,05% y 38.000 votos), lo que no avala precisamente el final de la crispación política, sino que refuerza las tesis de Rajoy. Los métodos son distintos: el PSOE ha movilizado en su favor a un gran número de votantes progresistas que han aportado su voto para cerrar el paso a la derecha y, con su triunfo, ha arrasado a toda la izquierda (Esquerra Republicana ha perdido 5 escaños, IU tres, CHA uno). El PP, sin embargo, ha subido no a costa de sus competidores territoriales o ideológicos, sino incrementando su porcentaje en ese espacio central que comparte con el PSOE. En consecuencia, las fuerzas conservadoras han mantenido en general su número de escaños en el Congreso (CiU lo aumentó hasta que el recuento de los votos por correo lo dejó como estaba). El famoso centro político parece pues dividido y, posiblemente, más orientado hacia el PP que hacia el PSOE, lo que augura políticas poco progresistas en el futuro inmediato.Dos datos más de interés: el primero, que el 92% de los escaños están en manos de PSOE y PP; el segundo, que CiU y PNV con 10 y 6 diputados respectivamente, se convierten en árbitros de la situación. El PSOE revive pues la historia que le llevó a ser rehén de nacionalistas vascos y catalanes, para desgracia de Aragón.En esta situación, parece evidente que la política del próximo gobierno de Zapatero tiene dos fuertes condicionantes: a) Desde el punto de vista territorial, va a estar orientada hacia Cataluña y País Vasco, lo que generará nuevos desequilibrios que tendrán consecuencias negativas para Aragón. Los votos mandan y me temo que los resultados electorales han aplazado indefinidamente la travesía central del Pirineo o el Canfranc. b) Desde el punto de vista ideológico, la política del gobierno se redirigirá probablemente hacia los votantes de centro, que el PSOE ha visto peligrar en estas elecciones. Entre otras cosas, porque ya ha agotado su repertorio de leyes progresistas y una nueva incursión en este territorio (Zapatero ya ha incumplido conscientemente su promesa de una nueva ley del aborto) dejaría más campo libre a Rajoy. En consecuencia, los sufridores de esta nueva etapa van a ser los sectores sociales más progresistas, que son curiosamente los que le han prestado su voto al PSOE en esta victoria electoral. Además, si a este panorama le sumamos nuevas dificultades de orden económico (fuertes subidas de precios, incremento progresivo del desempleo…) no resulta difícil pensar que la situación va a ser especialmente dura por las dificultades del Estado para hacer frente incluso a políticas sociales ya comprometidas.En estas circunstancias, la salida de CHA del Congreso –por causas propias y ajenas- es una mala noticia para el aragonesismo político en general y para los sectores más progresistas en particular. Aragón se resentirá sin duda de este nuevo contexto político, pero habrá nuevas oportunidades para CHA y para Aragón. Tiempo al tiempo.(Publicado en Heraldo el 14/03/2008).
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